sábado, 4 de mayo de 2013

Demócratas, ¿quiénes?

Diosdado Cabello, presidente del Parlamento venezolano, decidió que la oposición, elegida por el pueblo, no debía tener derecho al uso de la palabra mientras no reconociera a Nicolás Maduro como legítimo presidente de Venezuela. Ello sin importar que está aún pendiente el reconteo de los votos y que los cuestionamientos al carácter injusto del proceso electoral son ampliamente compartidos. Así las cosas, la oposición amordazada decidió que si se le había prohibido hablar se expresaría de otra manera. Con una pancarta, pitos, cornetas y algunos gritos interrumpieron la sesión parlamentaria. El compañero Cabello no se dio por aludido y siguió con la sesión.

María Corina Machado, una lideresa de la oposición que tiene una gran exposición internacional, subió a reclamarle a Cabello. En respuesta, fue tirada al piso por los compañeros chavistas y pateada con furia en repetidas ocasiones. Otros tantos diputados de oposición fueron golpeados también. El chavismo alega que fueron provocados y que esto es un ardid para un golpe de Estado. Mientras tanto, en el resto de Latinoamérica no se oye nada. La Unasur y la OEA con su secretario general, el camaleón Insulza, siguen como si aquí no sucediera nada. Como si aquí no hubiese nada que defender. Como si cuando las libertades son arrebatadas en nombre de las revoluciones no importara.

En el Perú, más allá de las comparaciones entre la elección del compañero Maduro y el expresidente Fujimori en el 2000, la clase política no dice mucho. La Primera Dama, generalmente tan desenvuelta, no acusa recibo de lo que sucede; "su" partido y "sus" ministros, menos. El socio garante del Gobierno anda perdido por Stanford, según dicen y su bancada, bien gracias. El Nobel garante se ha limitado a dar declaraciones sin dejar en claro si está dispuesto a hacer que el presidente Humala cumpla el compromiso con el país que él mismo avaló.

Hubo un tiempo en que Latinoamérica estaba tan preocupada por la democracia y las libertades civiles como hoy lo está por quien crece más, quien atrae más inversión extranjera y se convierte en el favorito de la OECD. Un ejemplo de ello fue que a la juramentación de Fujimori en el 2000 no asistió ningún presidente latinoamericano. Curiosamente, el fujimorismo fue el más ferviente opositor al viaje del presidente Humala a la juramentación de Maduro, mientras que el presidente de México Enrique Peña Nieto no asistió dejando en claro su posición. El fujimorismo y el PRI mexicano, a quienes el Nobel garante se refiere como la dictadura cleptócrata y la dictadura perfecta, y que cuentan con una historia de cuestionamiento a sus credenciales democráticas, han sido de las pocas voces que se han levantado contra una elección injusta que, incluso, tendría visos de fraude. Ambos partidos, en sus versiones más modernas, están tratando de mostrar otro compromiso con la democracia. Sus actos y autocrítica a los errores del pasado mostrarían que sí es un compromiso de cambio verdadero, sí aprendieron de su historia o son solo golondrinas que no hacen un verano.

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